Aunque su mujer parece encantadora el Señor Durand no está satisfecho. ¡Caramba! -piensa su mucamita- el señor es muy mujeriego. Él le murmura: "¿Sabe, muñeca? acá, entre nosotros, usted está muy buena, y su personita, seguro estoy, al natural debe estar mejor". ¡Ay, señor! -dice la mucamita- lo que usted dice no es novedad, porque lo mismo, cuando me vieron, todos sus amigos me lo dijeron.
Durand, cada vez más embalado, a la mucamita se quiere levantar y, para convencerla, sin esperar más, le hace creer que está enamorado: "¡Vamos, no te hagas la estrecha! Deberías sentirte halagada. A tu cuarto subiré esta noche, no dejes la puerta cerrada". ¡Ay, señor! -dice la mucamita- lo que usted dice no es novedad, cuando a mi cuarto subieron todos sus amigos me lo dijeron.
Ella fue fiel a la cita, aunque con cierto recelo, y Durand, cada vez más embalado, con su corazón ya muy inflamado al verla sacarse la camisa y ruborizarse como una niña le dijo con voz inquieta: "En mi vida vi mejores..." ¡Ay, señor! -dice la mucamita- lo que usted dice no es novedad, porque lo mismo, cuando me vieron, todos sus amigos me lo dijeron.
Como Durand tenía mucha guita y no era demasiado feo dejó de lado sus devaneos y se entregó muy complacida. Aquí puntitos, por la censura, luego él gritó entusiasmado: "Te lo aseguro, estoy asombrado, lo haces mucho mejor que mi mujer". ¡Ay, señor! -dice la mucamita- lo que usted dice no es novedad, ¿lo hago mejor que su mujer? debe ser cierto. ¡Todos sus amigos también me lo dijeron