Muchachita porteña, desdeñosa y coqueta, la del traje escarlata y dorado escarpín, la que va a "mis adioses", con mantilla y peineta, y el cabello aromado, de magnolia y jazmín. Yo no se cuanto tiempo hace ya que camino desde Santo Domingo a la Vieja Merced, y que sigo tus pasos, como un peregrino, muchachita porteña, la que siempre adoré.
Otra vez, por tu calle hoy pasé de mañana, y tu gracia ondulante divisé en el banco. Pero el golpe que diste al cerrar la ventana fue la pena de muerte, la pena de muerte para mi corazón.
Yo sé bien que no me amas, muchachita porteña, y que todos te dicen, que me debes rehuir, porque soy un iluso, un poeta que sueña, y soñando y cantando, no se puede vivir. Mas no importa, te juro, que por mucho que me huyas, con mas bellos acentos sonará mi canción, y por lejos que vayas, han de ser siempre tuyas, las amargas querellas, de mi muerta ilusión.