Se te embroca desde lejos, pelandruna abacanada, que has nacido en la miseria de un convento de arrabal... Porque hay algo que te vende, yo no sé si es la mirada, la manera de sentarte, de mirar, de estar parada o ese cuerpo acostumbrado a las pilchas de percal. Ese cuerpo que hoy te marca los compases tentadores del canyengue de algún tango en los brazos de algún gil, mientras triunfa tu silueta y tu traje de colores, entre el humo de los puros y el champán de Armenonville.
Son macanas, no fue un guapo haragán ni prepotente ni un cafisho de averías el que al vicio te largó... Vos rodaste por tu culpa y no fue inocentemente... ¡berretines de bacana que tenías en la mente desde el día que un magnate cajetilla te afiló!
Yo recuerdo, no tenías casi nada que ponerte, hoy usas ajuar de seda con rositas rococó, ¡me reviente tu presencia... pagaría por no verte... si hasta el nombre te han cambiado como has cambiado de suerte: ya no sos mi Margarita, ahora te llaman Margot!
Ahora vas con los otarios a pasarla de bacana a un lujoso reservado del Petit o del Julien, y tu vieja, ¡pobre vieja! lava toda la semana pa' poder parar la olla, con pobreza franciscana, en el triste conventillo alumbrado a kerosén.