Señorita María, necesité más años de los que yo querría para entender la vida; que mano, risa y llanto son palabras amigas, igual que su ternura, señorita María.
Señorita María le confieso de lejos, yo era el que ponía papeles en la tinta. Y yo siempre la quise y la sigo queriendo, la quiero todavía y la sigo queriendo, señorita María.
Y los chicos que crecen, van todos a la escuela y nacen al asombro descubriendo maestras de mano, risa y llanto que se llaman María. Y tan simples, tan puras, tan de todos... Tan mía.