Cuántas veces en las noches al mirar los pordioseros siento en mi alma una pena que no puedo remediar. Y me acerco a los que dicen, con sus ayes lastimeros, el dolor de estar durmiendo junto a un mísero portal. Los contemplo con un dejo de pesar que me quebranta porque caen, dentro de mi alma, las angustias sin cesar y parece que en mi pecho la tristeza se agiganta porque siento los dolores de los que sufriendo están.
Me rebelo ante el destino cruel que miseria y dolores da, y apenado me pregunto: ¿dónde está la caridad? ¿Dónde se halla el gesto altruista que de grandezas se puebla? ¡Si a los que andan entre niebla no se les tiene piedad!
Miro a todos los que pasan sin que nada los consuele, sin que nada les preocupe de la vida en su ambular, y no saben, de egoístas, que la frase que consuela vale tanto o más acaso, que la misma caridad. Mientras sigo, me pregunto si no clavarán mi vida las garras del infortunio que castigan más y más. Pues comprendo que en la vida puede haber una caída y pasar noches amargas junto a un mísero portal.