Este siglo es de locura, de robot y escaparate. Buenos Aires sigue el ritmo de París y Budapest. Todo el mundo se alza de hombros y habla de la Bomba H, quiera Dios que no te cache una del Follies Bergere. Ríe el pobre, canta el rico, ronca el tano en su cotorro. Se inventó el avión a chorro y el chorro raja en avión. Viene Gina, se va Gina y de un pícaro planeta un marciano en camiseta baja en plato volador.
Y rescostao, pensativo, contra el farol de una esquina, Juan Porteño se santigua mordiendo el pucho, tristón. Piensa acaso, en su nostalgia, que aquella ciudad bajita de románticas casitas sólo está en su corazón. Despunta la madrugada, Buenos Aires rompe el sueño y allá se va Juan Porteño, silbando un tango llorón.
Hoy se dice que la luna es un queso fluorescente y hasta un croto bajo el puente oye radio en su atelier. Greta quiere ser artista con su espejo ríe y sueña y no ve que se le quema la comida en la sartén. Por TV hoy se palpita el campeonato en la catrera, de Nueva York y Avellaneda dan las fijas por radar. Este siglo es de locura y si Marte busca arrime es que ha visto una bikini por la playa caminar.