Satanás lo engendró pa' bailarín y un pintún infernal le acomodó, como nació engominao los de su barrio de zinc lo bautizaron Gomina, no más.
Del pañal, ya trajeao salió y tangueó, vertical y varón como un ciprés, mandó el amague y, después, como eligiendo mujer, sacó a la vida a bailar.
Copó Gomina el trocén, al canyenguear de sus sinfónicos pies, piantó de un corte a París y allá bailó con lo mejor del jet-set: conocieron Puente Alsina reinas, misses y Brigitte Bardot, "¡Gomina solo, no más!" que le gritó Baryshnikov.
Gomina mandaba las luces del pelo y al suelo sus tacos bordaban las letras de los tangos. Y, una noche, Gomina su tango escribió: tanto abrazar le sembró la mayor cicatriz: el amor.
Y del Japón a Broadway cada mujer era ¡la que no lo amó!, ninguna pudo hechizar a su desdén de melancólico rey, ni la Mina Maravilla ni las gueishas ni la Dunaway. Gomina, muerto de amor se las tomó pa' su arrabal.
Fueron al funeral del bailarín, Plisetskaia, Mireya y Cid Charisse, encabezando el dolor de mil muchachas de ayer que habían todas bailado con él.
Y en un gran contraluz suprarreal, vertical y varón como un ciprés, Gomina viejo no más, mascó el sudario y salió de punta en blanco a bailar. Sobre su tumba junó como eligiendo mujer ¡y con la muerte bailó!