A los cinco años, lo puedo jurar, yo lo vi volando como Superman, reventando malos, espantando espantos de mis pesadillas con su Luisa igualita a mi mamá. A los trece años le empecé a fallar, en el medio campo no podía jugar y este secundario es cosa seria, mil materias tengo que tragar, me dijo: es necesario, mi papá. Para no ser un hábil ignorante como fui siempre por ser hijo de inmigrante, acá te dejo mi sudor, que sea savia y un motor para llevarte donde papá nunca llegó. A los veinte años me vieron gritar: este viejo extraño qué me va a enseñar y este laberinto de los veinticinco solo lo puedo cruzar de un brinco sin ayuda de papá. Y ahora que han pasado varios años más, más de treinta años debo confesar y confieso que he tardado tantos años, tanto para averiguar que la razón estaba aquí nomás. Yo quiero ser la centésima parte, solo un pedazo de lo que ha sido mi padre, quiero subir a su ilusión y desde ahí pedir perdón y no pedirle nada más si lo demás ya me lo dio. Yo quiero ver al nieto de mi padre sabiendo más de lo que yo puedo enseñarle, acá le dejo esta canción mitad de paz, mitad de horror y que la cante donde papá nunca llegó.