Bajo el cielo azul de mis montañas hay allá en la falda acurrucada una taperita nacarada plena de luz, plena de sol, plena de fe y amor. Junto a la humildad de sus terrones y entre sus vergeles soñadores hay unos ojazos tentadores que embrujan al brillar, fascinan al reír y besan al mirar.
Son los ojazos de mi bien, los bellos ojos de mi amor, que aprisionaron mi querer con su cegante resplandor. Son las pupilas de quien es la dueña de mi corazón, la bien amada fiel, la compañera ideal, con labios de clavel y risa de cristal.
Para ella mi cantar febril, para ella mi canción triunfal, las alas de mi inspiración en un divino madrigal. Es ella, bajo el cielo azul, la diosa que, en mi soledad, me lleva a este radiante edén que es mi felicidad.
Cuando el sol se oculta allá a lo lejos y, cansado, vuelvo a mi tapera, pienso en la dicha que me espera al encontrar a una mujer que me hable de querer. Y si alguna pena cruza mi alma y no encuentro alivio en mi quebranto, esos ojos que yo quiero tanto, ahuyentan mi pesar, mitigan mi sufrir me ayudan a vivir.