En ese abrevadero amable y romántico, el amor fue amo y señor y hoy bajo su alero no anidan más pájaros que las palomas donde da el sol. Quizá le llamaban La Casita Blanca por tener terraza de sábana inquieta o quizá porque el amor furtivo tiene ojos de amigo y pluma de poeta y en sus pasillos extravió unos calzoncillos. Cuidó gentilmente y por un precio módico aquel desliz madrugador, cuando ella con la compra y usted con el periódico desayunaban incierto amor o cuando una boca murmuró al oído el lenguaje tibio de la ropa blanca. Cuando los bolsillos rebosaban besos. La Casita Blanca le proporcionaba "algo" discreto donde encerrar un secreto. Un mundo de espejos a media luz pálida y un perfume familiar que se acurrucan contra la puerta metálica que ha clausurado la autoridad. Los vecinos hablan... Las brujas retozan... y un par de pichones huye al descampado y un viejo ex-cliente, pura sensatez, hace bloques de pisos amueblados en un tono rosa. Pero aquello era otra cosa.