Yo me manejo bien con todo el mundo, en eso mi padre puede estar tranquilo: él me ha dejado en vida sus ahorros y yo corro con los gastos del asilo. Con mi mujer, cuando nos vemos, nunca tenemos el más mínimo conflicto: ella se ocupa de alimentarme los niños y yo le paso un tanto al mes por los servicios. No sé a qué viene, portera, que vaya usted por ahí contando esas groserías de mí, que al jefe siempre estoy listo a servirlo, lo que me dice coincide con lo que pienso, le tapo sus chapuzas, le presto mi piso y él me recomienda para un ascenso. A los subordinados sé tratarlos con mano izquierda, les llamo camaradas, ellos pregonan que soy muy campechano y a cambio no me piden nunca nada. No me cabe en la cabeza lo que llegan a escribir en las paredes del retrete de mí, que me llevo bien con las autoridades, jamás les llamo con nombres soeces, yo les consiento sus barbaridades y ellos se cuidan de mis intereses. En las cuestiones espirituales, con las sotanas me entiendo de perlas, yo les financio sus bienes temporales y ellos tramitan mi salvación eterna. No sé cómo hay quien se atreve en esta comunidad a poner en duda mi moralidad.