Yo voy como las aves cuando han perdido al hijo, y que revolotean sin encontrar consuelo, y con gritos de sangre alertan la bandada igual que si este mundo entrara en gran peligro. Y dan vueltas y vueltas sin desfallecimiento en torno del lugar donde al hijo dejaron y no les acongoja esta veracidad porque les supondría mucho mayor tormento. Desde el amanecer hasta que cae el día, con sus vueltas y vueltas inquietan el espacio, van diciendo que en ellos nunca el dolor se irá, puesto que ya jamás tendrán cerca a su hijo. Tan sólo con la noche, presos del desaliento, a su nido regresan como a torre desierta, sienten el corazón, de pronto, oscuro y frío y después van cayendo en un sueño de piedra. Pero al día siguiente, con un volar penoso, abandonando el nido, el árbol y el arroyo, continúan buscando un sitio más dichoso: pero en ningún lugar su pajarillo vive. Yo voy de esta manera, perdido de mí mismo, y también a mí mismo buscando eternamente. Pero yo quedé mudo y es mudo mi lamento, ya que garganta abajo mi dolor se apacienta.