Yo era un capo en el ambiente, derrochaba adrenalina, me presentaba en Corrientes, tenía palco en el Colón, manejaba un convertible, no escatimaba propinas, las quimeras imposibles de otros eran mi rutina, no había nacido la mina que me dijera que no.
Pero pucha, un un veintinueve de aquel febrero bisiesto me vi pernoctando un jueves en un banco de estación, sin más ajuar que lo puesto, ni credit card, ni cobija. Las ratas que huían del barco del retrato de mis hijas me afanaron hasta el marco creyendo que era art decó.
Las coristas y las farras se esfumaron con la guita, los muchachos de la barra no me echaron ni un piolín; Charly no tuvo un detalle ni Fito un "¿qué necesitas?" cuando, al cabo de la calle, rompí mi caricatura, ni el camión de la basura tuvo un jergón para mí.
Disqué el movicón amado de una gatita de angora, "no moleste a la señora", contestó el contestador.
Y aprendí que estar quebrado no es el infierno del Dante, ni un currículo brillante la lámpara de Aladino, cuando me hablan del destino cambio de conversación.
Espejismos rosicleres ya no me fruncen el ceño, ni me cobran alquileres las mujeres que olvidé, bajo el sol que me apuñala vivo sin patria ni dueño, como el aire lo regalan y el alma nunca la empeño con las sobras de mis sueños me sobra para comer.
¿De qué voy a lamentarme?, bulle la sangre en mis venas, cada día al despertarme me gusta resucitar, a quien quiera acompañarme le cambio versos por penas, bajo los puentes del Sena de los que pierden el norte se duerme sin pasaporte y está mal visto llorar.