Todo empezó cuando aquella serpiente me trajo una manzana y dijo prueba. Yo me llamaba Adán, seguramente tú te llamabas Eva. Vivíamos de scuoters en un piso abandonado de Moratalaz si no has estado allí no has visto el paraíso terrenal. Cogimos un colchón de una basura, dos sillas y una mesa con tres patas, mientras yo emborronaba partituras tu freías las patatas. Plantamos cañamones de ketama y un tiesto nos creció ante el ventanal, con una rama de árbol de la ciencia del bien y del mal.
A Eva le gustaba estar morena y se tumbaba cada tarde al sol, nadie vio nunca una sirena tan desnuda en un balcón. Pronto en cada ventana hubo un marido a la hora en que montaba el show mi chica, aunque en la tele diera en diferido el Real Madrid - Benfica. Un día la víbora del entresuelo en trance a su consorte sorprendió, formó un revuelo y telefoneó al 092. Y como no teníamos apellidos, ni hojas de parra, ni un tío concejal, ni más Dios que Cupido no sirvió de nada protestar.
Eva tomando el sol, bendito descontrol. Besos, cebolla y pan, que más quieres Adán.
Un juez que se creía Dios dispuso que precintara un guardia nuestro piso. No quedan plazas para dos intrusos en el paraíso. Estábamos sobre el colchón desnudos jugando a nuestro juego favorito, al ver entrar la pasma Eva no pudo sofocar un grito. A golpes la bajó por la escalera un ángel disfrazado de alguacil sin importarle un pijo que estuviera encinta de Caín. Hoy Eva vende en un supermercado manzanas del pecado original. Yo canto en la calle Preciados, todos me llaman Adán.