No es lo mismo el otoño en Mendoza, hay que andar con el alma hecha un niño. Comprenderle el adiós a las hojas y acostarse en su sueño amarillo. Tiene el canto que baja la acequia una historia de duendes del agua. Personajes que un día salieron a poblarnos la piel de tonadas. La brisa, traviesa, se ha puesto a juntar suspiros de nubes cansadas de andar. Esta lluvia que empieza en mis ojos no es más que un antojo de la soledad. Es posible encontrar cada nombre en la voz que murmuran los cerros. El paisaje reclama por fuera nuestro tibio paisaje de adentro. Ser la tarde que vuelve en gorriones a morirse de abrazo en el nido y tener un amigo al costado para hacer un silencio de amigos. La tarde nos dice, al llevarse al sol, que siempre al recuerdo lo inicia un adiós. Para quien lo ha vivido en Mendoza, otoño son cosas que inventó el amor. Para quien lo ha vivido en Mendoza, otoño son cosas que inventó el amor.