¡Que viva el norte salado, que viva la piel morena, viva el viento calameño, viva el tambor y la quena! ¡Que vivan los peregrinos de la peñas y Tirana! ¡Que viva el roto pampino que se casó con mi hermana, mi alma!
Pasé por Antofagasta en una tarde de enero queriendo ser el primero en bailar la cueca larga.
La cueca larga, ay sí, en febrero de Calama. y por seguirla bailando ahí mismo me caí en cana.
Me caí en cana, ay sí, y en marzo me rescataron unos valiente mineros, a María me llevaron.
Que me llevaron, sí, en abril volví a partir cuando mi Pedro ‘e Valdivia allí quisiera morir.
Quisiera morir, ay sí, y no estaba permitido. En mayo me remitieron a Quillagua sin sentido.
Muy sin sentido, ay sí, en junio fui por Victoria. Bailando cueca y cachimbo yo me sentí en la gloria.
Pero en la gloria, ay sí, en julio me despidieron y para ir a Tocopilla tuve que ser marinero.
Ser marinero, ay sí, a Iquique me fui en agosto y en la Tirana me dieron poco pan y mucho mosto.
Y mucho mosto, sí, mi vida –quién lo dijera–, que en Arica por septiembre bailan cueca marinera.
Cueca marinera, sí, en octubre voy de juerga y me mandan a Pisagua por dirigir una huelga.
Dirigir la huelga, sí, en noviembre estoy cansado y antes que el año se acabe me voy para Toconao.
A Toconao, sí, en diciembre la vi chueca; mejor me quedo en Santiago que aquí se acaba esta cueca.