Pero los años diligentes pasaron Como trenes furiosos, Mientras dejaba mis abrigos Y mis primeros sueños Respirar en el armario de la vida.
Y heme aquí tras todos estos vientos heridos: Veo una urdimbre de ceros en derredor De la talla del momento, En la indiferencia de los libros de historia.
No vine aquí por azar. Atravesé mares y océanos, Intenté tedios atardeceres Y mañanas de bendición. Viví el amor franco Paseos improvisados, Y el sueño en las estaciones de tren. Gozoso, Hice intercambios secretos En las calles traseras de la vida. En el descuido de los guardianes de las estaciones del año, Hice alejarse las estrellas de mi primer cielo.
No llegué aquí por azar. Atravesé mares y desiertos, Vi cadáveres colgados de cordajes En ciudades abandonadas.
Fui al norte de irak A casa de kurdos izidienses, Habían puesto las fotos del demonio En los muros de sus templos de piedra, Y recitaban su sagrada biografía A sus descendientes desvestidos.
Residí en casa de argelinos repletos de ruidos de la vida, Escondían en sus blusas placeres y cigarrillos, Antes de salir a la calle, rostros ocultos y dignos de un toque de queda. Fui hacia el mar del norte, A casa de las esposas de pescadores Ellas, ofreciendo pescado Que no eran mas que semblanzas de guerra. Atravesé la vasta campiña de mi edad jadeante De camino hacia el año 2000.
Y ahora, Tras todas estas zanjas Que los días cavaron en mí, Nada sucedió, Nada ocurrió.
Mi vida, la que yo remolqué Como una camella flaca Sobre el declive del alma, Sirgada siempre tras de mí, Indiferente de vientos finales.
Y henos aquí como siempre estuvimos: Sin alas que nos impulsen, Nuestros ojos siempre dentro de sus órbitas, Y nosotros, atestados de tartamudez, Soñando fantasmas.
Entre tantos fantasmas, en el momento del sueño, El rostro de la institutriz con su velo blanco bordado, lanza destellos.