La audiencia, de pronto se quedó en silencio: de pie, como un roble, con acento claro hablaba el malevo.
Yo nací, señor juez, en el suburbio, suburbio triste de la enorme pena, en el fango social donde una noche asentara su rancho la miseria.
De muchacho, no más, hurgué en el cieno donde van a podrirse las grandezas... ¡Hay que ver, señor juez, cómo se vive para saber después por qué se pena!
Un farol en una calle tristemente desolada pone con la luz del foco su motivo de color... El cariño de mi madre, mi viejecita adorada, que por santa merecía, señor juez, ser venerada, en la calle de mi vida fue como luz de farol.
Y piense si aquella noche, cuando oí que aquel malvado escupió sobre sus canas el concepto bajo y cruel, hombre a hombre, sin ventaja, por el cariño cegado, por mi cariño de hijo, por mi cariño sagrado, sin pensar, loco de rabia, como a un hombre lo maté.
Olvide usted un momento sus deberes y deje hablar la voz de la conciencia... Deme después, como hombre y como hijo, los años de presidio que usted quiera...
Y si va a sentenciarme por las leyes, aquí estoy pa'aguantarme la sentencia... pero cuando oiga maldecir a su vieja, ¡es fácil, señor juez, que se arrepienta!
La audiencia, señores, se ahogaba en silencio... ¡Llorando el malevo, lloraba su pena el alma del pueblo!